Se despertó sentado en una silla, en un rincón del local en donde comunmente se solía lavar la sangre y cualquier suciedad de la carne que haya quedado por el transporte. A su lado, la viejecita de la verdulería y su jefe lo miraban consternados.
-Oye, hijo - comenzó el hombre mayor, su grueso bigote negro temblando cada vez que hablaba- Quizás deberías irte a casa por hoy...
Desde el episodio de los Tommyknockers, su jefe se había vuelto más permisivo con él. Estaba en un estado de inconciencia muy profunda, pero entendió más o menos que de no ser por Fabio, él estaría muerto, totalente consumido dentro de una nave espacial.
La anciana posó su palma sobre el hombro del muchacho, asintiendo.
Fabio solo se limitó a recobrar la compostura, lentamente enderezandose y estirando su cansada cara con ambas manos.
-En... ¿En serio? No hace falta-y bajó la mirada hacia sus manos, recordando lo que había sucedido, preguntandose a la vez si todo había sido una pesadilla- No sé qué me pasa, perdón señor...
Se incorporó rápidamente, para sorpresa de los otros dos que, alarmados, alzaban los brazos hacia él por si se caía nuevamente.
Se alejó de allí; estaba sumamente confundido por lo que acababa de pasar, y miró sus manos nuevamente: aún tenían esas heridas extrañas en las puntas de sus dedos
Che seccatura...
Se le hacía cada vez más díficil consiliar el sueño por las noches y concentrarse de día en el trabajo. Sus manos no le paraban de picar endemoniadamente y, como poseído, no podía evitar rascarse.
Había probado de todo, cualquier ungüento y pomada que le hayan recomendado en la farmacia, pero nada podia aliviar ese escosor.
Apenas si pudo terminar satisfactoriamente la jornada, su jefe lo obligó a irse a descansar porque de a momentos lo veía tambalearse y saltar asustado de la nada.
Antes de encaminarse para el Hotel Dolphin, pasó por una de las tiendas de los Almacenes y compró un par de guantes gruesos de trabajo, además de un paquete de vendas y alcohol etílico.
No aguantaba más la picazón que recorría sus dedos; lo sentía dentro de la piel y era desesperante. Volvió a la carnicería con la escusa de usar el baño, y allí se encerró con todo lo que había comprado.
Abrió con impaciencia la botella de plástico que contenía el alcohol y vertió su contenido, resfregando insistentemente aquellas heridas e infecciones que presentaban sus manos, con esperanzas de que aquello lo calmara.