[Esto tomaría lugar la noche anterior al tema de “Una mañana fuera de lo común”. Mi granito de arena para la actividad “Canción de cuna” :3]
Aún sentado en su cama con las manos juntas y la cabeza mirando para abajo. Meditaba sobre lo irracional que era tenerle miedo a cosas que no existían en realidad y que solo vivían en los rumores de las personas.
No son reales, Fabio. No tengas miedo…
Pero era tan difícil, era tan complicado. Trataba de convencerse a sí mismo, pero no había forma de lograr calmarse. Tenía tanto sueño que cabeceaba, en un estado somnoliento a la vez que vigilante…
-Ah…. Che seccatura… -ambas palmas estirando los costados de su rostro.
Decidió que antes de que cierre el super, iría a conseguir una cerveza o algo para pasar el tiempo…una bolsita de maníes salados o una revista que le recuerde a la ciudad ¿Quizás tomar aire fresco le despeje la mente?
Salió del hotel. Su caminata era bastante liviana, de cualquier manera, no iba a pasear: no le gustaba la noche en Hell, pero en ningún lugar lograba quedarse tranquilo.
Se sentía vigilado, pero bien sabía que no había ladrones en Hell, que los fantasmas y criaturas que acechan a los humanos no existen.
¿Pero y si pudieran existir?
Sacudió la cabeza y empezó a trotar por Baker St, pasando el Hell’s Daily, la “tienda de boberías” (como le gustaba llamar en secreto a Coser y Cantar) y apuró el trote al posar sus negros ojos en Placerville High School. Aquel establecimiento le daba muy mala espina; cuando ayudaba a bajar mercadería de los camiones que entraban por la parte trasera de los Almacenes, lograba ver por el callejón a varios de los estudiantes que allí concurrían de lunes a viernes. Sus caras consumidas, caminando como si fuesen autómatas…
Y más allá, el cementerio. El encargado de ese lugar debe de tener un humor muy cínico, ya que por la noche parece que enciende luces celestes, etéreas y vaporosas que adornan el lugar...
¡Qué ganas de joder a la gente, como si este lugar no fuera lo suficientemente siniestro!
Cerró los ojos con fuerza al entrarle unas basurillas con la repentina ráfaga de viento; el polvo del suelo levantándose en gigantes nubes que azotaban contra todo lo que se irguiera en su camino.
Recorriendo la parte de la librería, aún con los ojos un tanto irritados por el ataque natural de estas zonas tan áridas, evocó en su memoria el día de trabajo tan ajetreado que había llevado… portando los carteles de promociones, es decir, dos tablones un poco menos grandes que él, unidos por un par de sogas las cuales se colocaba sobre sus hombros, escritos enteramente con las últimas ofertas…
“Miren al hombre sándwich!” Le gritaban algunos niños pequeños mientras lo señalaban y casi lo hacen caer…
“Pequeños diablillos!”, pensó mientras sonreía con vergüenza al recordar los problemas que le causaban las ocurrencias de su jefe.
Ya casi sin aliento, se paró y descansó sobre sus rodillas, antes de entrar al supermercado (o más bien micromercaducho) de los Almacenes, por suerte abierto.
Saludó al dependiente, y se quedó conversando con él. Estaba raro, no contestaba con las risotadas de siempre y su mirada estaba un tanto perdida…
Fingiendo su incomodidad, se acercó al pasillo de snacks y tomó lo más barato, para arrimarse luego a la heladera con las bebidas; de fondo escuchaba una cancioncita tétrica de muy mal gusto. Se fijó en el contenido de su billetera…su billetera…
Y su billetera?
Palpó todos los bolsillos hasta recordar que la había dejado en el pantalón de trabajo, y reprimió un quejido, dando con rabia cinco talonazos al piso. Al empleado de turno le debió encantar aquella canción horrible, pues parecía que había subido el volumen de los parlantes.
-Haha disculpa, me acabo de enterar de que no tengo dinero, supongo que volveré mañana…Oye, del otro lado hay gente durmiendo, tío. Baja el volumen ¿no?
Y salió del local haciendo un saludo con la mano. El encargado no le contestó, solo lo miró con extrañeza.
Al volver a la esquina, lo sorprendió un resplandor verde que a lo lejos centelleaba…
-Pero… qué… carajo?
Y aún escuchaba la melodía rara del almacén… “wow, si que le gusta esa mierda. Se van a cabrear con nosotros todos los vecinos mañana”, reflexionó, caminando frente a la Tienda de magia y ocultismo. Miraba la vidriera con molestia, trató de deshacerse del súbito zumbido que se apoderó de sus oídos, masajeando con un dedo como si fuera una sopapa destapa caños.
Al llegar a la puerta del hotel, tocó el portero electrónico, ya que no tenía ganas de sacar las llaves y abrir la puerta él mismo. Todavía se preguntaba como era que podía pagar por una habitación allí, el precio es casi ridículo para semejante paquetería, pero debía ser a causa de la mala reputación del pueblo...
Por arriba de los edificios, las luces verdes aún se podían vislumbrar.
Vaya, ¿Será una fiesta? La deben estar pasando bomba, he he-
-AAAHHHHHHHHHHHHHHH!!!!!!!!!!!!! HAHA AHHH IIIIH ¡!
Saltó involuntariamente y necesitó apoyarse contra la puerta para mantener el equilibrio. Un aullido lejano, desquiciado, mezcla risa con gritos y gemidos se escuchaba, de origen incierto. Miró hacia Juniper Hill con el corazón en la boca, hurgando en su campera. Con las manos temblorosas, seleccionó apresurado las llaves de la puerta y abrió como pudo, echando un fuerte portazo tras de sí.
-“Buenas noches? Apellido y número de reserva?............."
".................."
".................."
".................."
"......tch, malditos críos jodiendo a estas horas otra vez”- comunicó el portero eléctrico, cortando el telefonillo con enojo.